jueves, diciembre 11, 2008

 

Rebelión en la granja

Una hora estuve en la cola del Banco Ciudad esperando para hacer unos pagos. El lugar, a las 12 del mediodía, estaba más lleno que nunca. El 50% de los presentes era gente mayor, que tenía sus propias ventanillas y unos asientos para esperar.

Todo iba burocráticamente bien y en orden. La gente hacía sus gestos de fastidio y resignación.

Hasta que vino el reclamo. Empezaron unos aplausos y apareció el canto: "Queremos más cajeros, queremos más cajeros, queremos más cajeros".
No provenía el reclamo de los más jóvenes ni de los de mediana edad.
Era el sector de los viejos el que se amotinaba. Ellos eran quienes no aguantaron resignarse a esperar y quienes entendieron que hay formas de actuar en consecuencia.

Los demás los miraban medio divertidos.
El aplauso y el canto duró 25 segundos. Luego todos callaron y muchos comentaron un par de cosas al respecto.

Una lección desde generaciones anteriores hacia la apatía de hoy en día.

Y yo?
Yo pensaba aplaudir, pero justo cuando iba a empezar se había terminado...

Comentarios:
una interesante anecdota. Yo me acuerdo del libro.
Rebelión en la graja, fue una gran revelación para mi, aunque debo confesar de que no lo leo desde eses tiempos lejanos de universidad, en los primeros semestre de Periodismo. Esa forma de Orwell de interpretar lo que fue la Unión Soviética, no solo es una forma ingeniosa de parodia, sino también una bella demostración de que la realidad puede ser interpretada con las armas que nos presta la literatura. Mi personaje preferido siempre fue el burro, que poco interfería en la historia, pero que hacía el papel de la zona intelectual, el que, a pesar de que se acordaba de todas las malas decisiones y todas las mentiras de los otros animales, prefería no intervenir en los asuntos de los gobernantes, estos lameculos que, como ocurre en todos los países donde impera el miedo, como el mío, Colombia, son siempre cerdos.
un abrazzzzo
 
Hace un tiempo iba por Lavalle y vi una manifestación de viejos. Se movían muuuy lentamente, y sorprendentemente, era más efectiva que cualquier otra marcha precisamente por eso. Tomaban tanto tiempo que las calles que iban cruzando permanecían cortadas por una considerable cantidad de minutos, lo que exasperaba a los conductores.
En fin, parece que subestimamos a los viejos...
Linda historia, que lástima que justo se terminó.
Beso!
 
Esta interpretación del poder de los ancianos para rebelarse me resulta graciosa. Estamos tan marcados por el modelo del "abuelito de Heidi", que no podemos concebir que los viejos, no sean otra cosa que la misma clase media que sale con las cacerolas reaccionarias. Parece que san Stern esta en todos lados.
 
No me convencen tus excusas timoratas. ¿Por qué no empezaste vos de nuevo a aplaudir? Todo el mundo te hubiera seguido y dentro de unos años podrías contarle a tus nietos que una vez en tu vida fuiste el líder de una revuelta y no siempre el mismo carnero.

Un abrazo respetuoso
 
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